martes, 24 de julio de 2012

Una joven en el púlpito

Le agradezco a Dios la oportunidad de servirle, como mujer y como joven. En otra época, en otro lugar y/o en otra iglesia mis capacidades y talentos hubieran estado limitados, según los prejuicios culturales. Mi isla del encanto, mi Iglesia Presbiteriana (EUA) y mi siglo 21 me han permitido ver la comunidad de fe desde el solitario y temeroso púlpito, separado para el Ministerio Ordenado de la Palabra y Sacramento, que con temor y temblor cargo.

Esta no es la realidad de todas las mujeres, y mucho menos es la oportunidad de jóvenes mujeres, que como yo, han escuchado la voz del Buen Pastor, encomendándonos el cuidado de sus ovejas. Los prejuicios nos rodean, nos limitan y nos castran desde los adentros, distrayéndonos y haciéndonos creer que nuestra vocación es la enseñanza, ser la esposa del Ministro, la moderadora de la Junta Diaconal (si es que se nos es permitido) y si somos ambiciosas y se nos es posible, la secretaria del Consistorio de la iglesia. La iglesia, la esposa del Cordero ha vivido con un desbalance hormonal, exceso de estrógeno en las manos y  demaciada testosterona en la cabeza.


A todas esas hermanas que hoy luchan con la incomprensión, contra el discrimen, contra la violencia de género eclesial les digo: ¡Mis oraciones están con ustedes, sigan adelante! Ustedes hermanas me han inspirado a escribir. La lucha de mis hermanas puertorriqueñas, así como la solidaridad de los varones que las apoyaron, su firmeza y su valentía me han permitido estar hoy donde estoy.

Pero la jornada no termina con las que luchan por la posibilidad de una mujer en el púlpito. Aún las iglesias que aceptan el ministerio femenino en la Palabra y Sacramentos  tiene mucho que aprender. Las instituciones pueden tener ciertas políticas, pero la iglesia al fin y al cabo es la gente. Muchas veces se hacen reformas teológicas y no se educa a la gente, causando que la transformación del entendimiento no se realice. Bien dijo el profeta: "Mi pueblo perece por falta de conocimiento."


Son muchas las batallas que nacen de la falta de aceptación de la iglesia misma, que en lugar de luchar contra las reglas establecidas por la cultura de este siglo, utilizando el ejemplo de Cristo, pretende saciar el hambre del estatus quo, ignorando el llamado de la justicia. ¡Iglesia! ¿Hasta cuando seguirás siendo un muy difuso reflejo del Reino de Dios? ¿Hasta cuando le formarás casos disciplinarios a tus profetas y callarás a tus profetisas?


No podría contar la cantidad de veces que las personas ajenas a la iglesia me miran sorprendidas en mis atuendos y tareas eclesiales. Para la mayoría representa una buena noticia que les causa curiosidad. Pero si algo parece contradictorio es que, hermanos y hermanas de la iglesia, que dicen creer en la ordenación de la mujer en el Ministerio de la Palabra y Sacramentos,  actúen bajo el control de sus respuestas culturales, involuntarias y primitivas. Andamos como con vendas en los ojos, en una ceguera causada por el prejuicio, las expectativas, el impulso del “qué dirán” social y por los modelos tradicionales del pastorado, que no se ajustan a la realidad social, económica y demográfica de la comunidad.  


He visto hombres temerosos de entrar a la oficina pastoral, pensando que las mujeres solo defienden a las mujeres; líderes que creen poder fácilmente manipular una mente femenina y juvenil; mujeres tratando de someterme en base a las reglas sociales de esta cultura patriarcal; jóvenes creer que no me deben ningún respeto dada mi edad; hermanas que no valoran mis puntos de vista dado que aún no he parido; hermanitos cuyos ojos de lascivia no respetan toga ni estola; pastores que me ven por encima del hombro como si no estuviéramos realizando la misma tarea, como si lo que yo hiciera fuera jugar a la iglesia con mis muñecas.


La realidad de una joven en el púlpito no es envidiable, pero es necesaria para un cambio en nuestra cultura, en donde importa, en la comunidad y en la base de la iglesia. Mostrar el rostro de Cristo, el Maestro de María, el proclamado por la samaritana, el Redentor de María de Magdala, el que no tuvo asco de la mujer menstruosa; el hijo de Lea, Tamar, Rut, y Betzabé. Es el paso que me ha tocado a mí y a mi generación, es la carrera que debemos dar para garantizar la igualdad y defender el sacerdocio universal de cada creyente, afirmando la soberanía de Dios por encima de todo precepto humano. Nos impulsa un llamado que no podemos resistir, aún a pesar de los inconvenientes. Dios nos ayude a cumplir su encargo.

2 comentarios:

  1. Muy propia tu exposición, tal como dices, ninguna iglesia debería tener preferencias por género. Te felicito!

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  2. HERMOSAS PALABRAS!!! Que Bello!! Gracias por esas palabras tan inspiradoras.

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