martes, 24 de julio de 2012

Una joven en el púlpito

Le agradezco a Dios la oportunidad de servirle, como mujer y como joven. En otra época, en otro lugar y/o en otra iglesia mis capacidades y talentos hubieran estado limitados, según los prejuicios culturales. Mi isla del encanto, mi Iglesia Presbiteriana (EUA) y mi siglo 21 me han permitido ver la comunidad de fe desde el solitario y temeroso púlpito, separado para el Ministerio Ordenado de la Palabra y Sacramento, que con temor y temblor cargo.

Esta no es la realidad de todas las mujeres, y mucho menos es la oportunidad de jóvenes mujeres, que como yo, han escuchado la voz del Buen Pastor, encomendándonos el cuidado de sus ovejas. Los prejuicios nos rodean, nos limitan y nos castran desde los adentros, distrayéndonos y haciéndonos creer que nuestra vocación es la enseñanza, ser la esposa del Ministro, la moderadora de la Junta Diaconal (si es que se nos es permitido) y si somos ambiciosas y se nos es posible, la secretaria del Consistorio de la iglesia. La iglesia, la esposa del Cordero ha vivido con un desbalance hormonal, exceso de estrógeno en las manos y  demaciada testosterona en la cabeza.